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Gnosticismo; la irrupción de la nueva religión
Para nada resulta fácil encontrar respuesta a todos los interrogantes que como sociedad vamos planteando en aquello que nos acontece. ¿Qué o quién nos rige, tanto individual como colectivamente, que va resultando la construcción de una supuesta “nueva sociedad?. ¿Realmente existe un proyecto de cambio bienintencionado que nos dirige a la construcción de una mejor versión de nosotros mismos, o más bien navegamos sin rumbo con la única intención de abrazar lo “nuevo” como simple rechazo a lo acontecido en épocas anteriores?

Bajo mi punto de vista pienso que asistimos a una decadencia social entendida como una manifestación de agotamiento social y cultural. Creo que no es desacertado pensar que la supuesta deconstrucción social no es síntoma ni efecto, como tampoco causa o consecuencia. Más bien diría que es la propia forma de ser, la esencia en sí misma de esta nueva condición del momento, que sin duda nos alerta de sus peligros y de nuestra fragilidad social, y que sin embargo ignoramos asumiendo una cómoda ilusión que nos somete y nos devora.

Ya hemos visto a lo largo de nuestra historia, cómo en otros momentos la sociedad ha experimentado cambios en una continua búsqueda de progreso y libertad, donde los paradigmas del momento se ven desplazados y obligados al cambio.

Eric Voegelin, uno de los principales tratadistas de teoría política del siglo XX, elaboró una teoría sobre la política como la nueva religión. Lo más interesante era entender las ideologías como forma secularizada de gnosticismo. Es decir, en la religión, el hombre necesita de la intervención divina para ser salvado, ya que nace con la marca del pecado original. En política, el mundo, repleto de males, necesita ser salvado porque hay en él una marca de imperfección constitutiva. Sólo a través de un proceso revolucionario, histórico, de autoconvencimiento e iluminación se podría revertir esta tendencia.

Si bien en los años ochenta del siglo pasado era aceptable la caracterización de la nueva condición social como posmoderna en contraposición al modernismo acaecido entre el S.XVII y XIX, en la actualidad aceptamos el progresismo como la nueva condición, que aunque distintas en enfoque y origen, en ocasiones se influyen mutuamente en contextos sociopolíticos y culturales. Como principal diferencia remarcaría que los primeros rehúyen de las metanarrativas opresivas y simplistas que sin embargo, y bajo mi punto de vista, abrazan los segundos. En otros aspectos, podemos ver cómo confluyen abrazando y perpetuando dogmas subjetivos que revelan una nueva realidad, lejana en muchas ocasiones de cualquier evidencia empírica que reafirme la propia verdad.

El progresismo no está exento de esta connotación gnóstica a la que nos referimos. El feminismo por ejemplo, como salvación a todos los males y opresiones sufridas por las mujeres a través de la historia. El ecologismo, que ilumina el camino a seguir para evitar la desaparición del planeta. Incluso la utilización de la cultura como medio de salvación de las masas indoctas.

En el libro La Rebelión de las masas, Ortega y Gasset realiza un análisis profundo de la sociedad de su tiempo, y casi 100 años después podemos advertir, como si de una premonición se tratase, que nuestra sociedad obedece casi de forma idéntica a lo que el autor describe en los años 30 del pasado siglo, aunque con algunos matices.

  "Como afirmaba el gran filósofo Antonio Escohotado “la adulación impera y la idiocia prospera. La ignorancia se ha apoderado de todo. ¿Cuál es la pregunta? ¿Cuánto va a durar este estado de cosas? Esa es la pregunta.”"

En la actualidad asistimos a una sociedad conformada con la mediocridad, donde la excelencia es sofocada por la propia masa, obediente a los nuevos dictámenes ideológicos (gnosticismos) y donde la cultura de la cancelación silencia las voces disidentes y fomenta la conformidad del individuo y del colectivo. La educación suprime el pensamiento crítico y exime del valor del esfuerzo. Como afirmaba el gran filósofo Antonio Escohotado “la adulación impera y la idiocia prospera. La ignorancia se ha apoderado de todo. ¿Cuál es la pregunta? ¿Cuánto va a durar este estado de cosas? Esa es la pregunta.”

Entre tanto, lo que podemos apreciar es una sociedad constituida por innumerables minorías, adoctrinada por la utilización de la cultura como instrumento que obedece a un único fin, y donde cualquier aspecto de la vida, tanto colectiva como personal, queda expuesto para el señalamiento de todos.

Es delicado y peligroso remover y ahondar en ciertos fangos sociales. La narrativa de la verdad única amenaza con destruir por medio del señalamiento y de la cancelación social a todo aquel que piense diferente. He ahí la contradicción en sí misma. El progresismo abandera aspectos como la tolerancia, la igualdad y la justicia social; defiende la diversidad, pero ha otorgado un poder sobredimensionado a ciertas minorías victimizadas, que han resultado ser tiranos sociales alejados de la racionalidad y de la evidencia empírica. El criterio y la razón agonizan frente a las verdades absolutas, y los dogmas ideológicos establecidos condicionan y juzgan, cual Dios omnipotente, cualquier atisbo de raciocinio y libertad, persiguiendo y excluyendo al disidente.

Pep Vila (músico)

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