Guerra cultural; un conflicto de identidades
El artículo que hoy les presento, se articula en referencia a una noticia que los medios publicaban semanas atrás, y que no es más que una realidad delirante bajo mi punto de vista, pero cada vez más presente en nuestra sociedad. Por ficticio que parezca, la realidad es mucho más triste. La noticia decía lo siguiente:
Las guerras ideológicas a las que actualmente denominamos guerras culturales, entendiendo como cultura al conjunto de valores, creencias y costumbres que permean una sociedad, han estado presentes a lo largo de la historia por motivos diversos, pero todas ellas con un mismo fin: la hegemonía social y cultural del pensamiento único. Ya en el siglo XVI podemos asistir a uno de los más importantes movimientos propagandísticos de desprestigio cultural al que hoy nos referimos como leyenda negra. La divulgación tergiversada y retorcida de ideas y hechos originada en los países protestantes, tenía como único fin deslegitimar la hegemonía cultural, política y social del Imperio Español en su Siglo de Oro.
En otro momento histórico, podemos apreciar la sofisticada maquinaria de propaganda que los nazis desarrollaron para difundir calumnias sobre sus oponentes políticos y judíos con la evidente intencionalidad de justificar la guerra. La llamada Guerra Fría podría ser otro ejemplo de lucha por la supremacía de una visión para el mundo. Los EEUU y la URSS de Stalin rivalizan por la imposición de una determinada visión política, social y económica del mundo.
Actualmente, con un mundo dividido en infinitas minorías, asistimos de nuevo a lo que podríamos considerar como un ataque al corazón de los pueblos. La destrucción de la cultura, ahora sí entendida como expresión y materia artística, ha sido desde siempre una herramienta eficaz para socavar la memoria, los valores y el legado colectivo de aquellos que se han considerado enemigos de una causa. Pero el valor material e inmaterial de lo que perdemos no es tenido en cuenta por ninguna de las partes. Sólo el fin justifica el precio, sin la mínima intención de generalizar una visión transversal que permita convivir valores éticos y conductas sociales respetuosas y permisivas para con los demás.
Con todo, me pregunto cuánto más tendremos que eliminar de nuestras aulas, cuántos siglos estamos dispuestos a borrar de nuestro pasado, cuántos artistas, escritores, intelectuales y demás personajes a lo largo de la historia condenaremos al anonimato con el único fin de silenciar aquello que es susceptible de rebeldía cultural o ideológica sobre un planteamiento de pautas y comportamientos sociales únicos e indiscutibles, y no tanto por su contenido, sino por su forma y contexto.
La llamada guerra cultural está hoy más presente que nunca; tanto que ya no deja espacio a la elección libre del individuo para con sus actos y pensamiento.
Pep Vila (músico)
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