La autocomplacencia de lo común; una metáfora musical
Después de algún tiempo de descanso en lo que a compartir escritos se refiere, vuelvo a retomar esta reconfortante tarea con el mismo planteamiento que cuando empecé. Un mero ejercicio de lectura y análisis con el que poder construir un argumento sobre aquello que nos acontece.
No pretendo para nada juzgar las aspiraciones de esta niña, con o sin orquesta, ya que interpreto el mensaje como una metáfora. Lo que es seguro es que cada cual debe poder elegir qué lugar quiere ocupar en la sociedad y en su propia vida.
Partiendo de esta premisa, es necesario observar que no sólo existen las personas con miedo al fracaso. También las hay (y muchas) las que conviven con el miedo al éxito. El fracaso conlleva frustración y desentendimiento, y sin embargo el éxito conlleva ser el centro de algo, es decir estar expuesto con todas las responsabilidades que esto conlleva. No todos están dispuestos a ello.
Considero un error equiparar éxito con felicidad. Y sé que es precisamente lo que intenta criticar en su texto, pero lo hace desde su propia interpretación del éxito, o más bien des de la crítica a lo que cree que entiende como éxito la sociedad, la enseñanza o el mundo laboral. Yo entiendo que cualquier persona puede ser exitosa si consigue alcanzar sus metas, sean cuales sean, y estas le permiten desarrollar un plan de vida de acuerdo con sus aspiraciones. Otra cosa será si buscamos un reconocimiento por parte de terceros.
¿Qué lugar quiero ocupar en mi vida?, ¿quiero ser el protagonista de mi propia vida o el actor secundario?, ¿qué roll quiero tener en la sociedad, en la universidad o en el trabajo?; en definitiva, ¿qué quiero aportar a mi vida y al grupo? Desde luego la libertad de cada cual para elegir a qué dedicará su vida debe estar por encima de cualquier pretensión social o académica, sin que esto deba suponer un rechazo por ninguna de las partes, pero sea cual sea este roll escogido, sí creo necesario cierta exigencia individual por el bien común.
Supongamos que la felicidad de su hija está en ser un segundo violín en la orquesta, aspiración que la dignifica al querer ser parte de algo más grande que ella misma. Yo al servicio de un bien común. Pero esto también presenta diferentes cuestiones que habría que plantear. ¿Qué tipo de segundo violín querría ser para obtener esa supuesta felicidad?, ¿El mejor de los segundos violines, el segundo o le es indiferente?
La aspiración al lugar que quiero ocupar en la vida no está reñida con la ambición de superación personal, o con la intención de dar lo mejor de uno mismo según el lugar que ocupemos. Si soy músico, entiendo que querré (o debería querer) ser mejor músico cada día, sea solista o sea segundo violín. Al igual que entiendo que si quiero ser camarero, intentaré ser el mejor camarero, atento, educado y por qué no, empático y simpático con mis clientes. La maravilla de una sinfonía (tal y como reza el texto) no sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines, sino que depende de las aspiraciones individuales y colectivas de todos los integrantes de la orquesta. De hecho, lo único que debería primar es la música sin egos individualistas.
No quiero entender su carta como una oda a la mediocridad, nada más lejos. Pero no puedo dejar de apreciar una especie de reivindicación sobre una mezcla de conformismo y comodidad, justificando así eludir posibles responsabilidades, frustraciones o fracasos. Dicho de otra forma, en el papel de segundo violín, ¿qué puede aportar un aspirante a segundo violín que no pueda ofrecer el que en su ambición (bien entendida) de llegar a ser primer violín le ha llevado a una mayor preparación, dedicación o participación para con uno mismo y el grupo? Seguramente nada.
Por otra parte, también difiero con el planteamiento de que la sociedad premia o promueve famosos o extrovertidos que buscan o han pretendido la excelencia. No hay más que dar una vuelta por cualquier canal de tv, o leer los planes de enseñanza, donde la exigencia personal y educativa cada vez es menor. Si uno entra en las redes sociales advertirá la cantidad de famosos sin nada más que aportar que su propia mediocridad. La cuestión es saber situar a cada cual, ya que todo cabe y todo es lícito. Por eso, no creo justo comparar el ser famoso, algo relativamente fácil en estos tiempos, con el ser famoso por ser excelente en alguna materia. Esto último requiere compromiso, trabajo y dedicación, valores necesarios para nuestro propio desarrollo tanto personal como colectivo.
Lo que sí comparto con el texto es la conclusión que creo que pretende dar a entender, y es que no debemos valorar a las personas por lo que consiguen, sino por lo que son. Pero estaremos de acuerdo en que para SER, hay que EXISTIR, y esto requiere algo más que la autocomplacencia de lo común, por noble que este pueda llegar a ser.
Pep Vila (músico)
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