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La Cultura del Esfuerzo; camino a una quimera
Últimamente, aquello a lo que nos referimos como “la cultura del valor del esfuerzo” está muy presente en debates, artículos y medios, y de nuevo vemos cómo un concepto que debería tener un mayor consenso en lo que a su significado y aplicación se refiere, ha resultado ser otra herramienta ideológica al servicio de la división y la confrontación social. La dicotomía del concepto vuelve a usurpar del consenso social aquello que debería obedecer a la visión de crecimiento y desarrollo de un proyecto futuro como sociedad. Es un tema complejo, ya que necesariamente conlleva un profundo debate sobre conceptos, no menos ideologizados, como la igualdad o el mérito.

Por una parte escuchamos a los que denuncian cómo el esfuerzo se ha desvirtuado e infravalorado en las aulas y en la exigencia de su cumplimiento en el ámbito familiar; por otro, aquellos quienes lo evocan como un retroceso a tiempos pasados, entendiéndolo como pretexto disciplinario generador de desigualdades.

Bajo mi punto de vista, la cultura del esfuerzo debería de ser un pilar fundamental en la elaboración de cualquier planteamiento pedagógico y educativo, eliminando cualquier distinción de capacidad o motivación entre los individuos. Sea cual sea el cometido que cada cual llevará a cabo en su vida, el esfuerzo va a ser un elemento clave para cualquier aspiración, camino por el cual, además poder alcanzar la satisfacción personal.

No considero el problema tal y como el ámbito político nos lo da a entender. Sin duda, en cualquier plan de estudios el concepto de esfuerzo aparece repetidamente tanto para el alumnado como para la comunidad educativa. Más bien considero el problema en el CÓMO. Y en este sentido sí debería de haber un consenso más o menos amplio, ya que todas las partes que intervienen en la educación deberían complementarse en dichos valores en lugar de obstaculizarse entre ellas.

Para inculcar el valor del esfuerzo en nuestros jóvenes, creo necesario un elemento clave; la motivación. Como profesores, debemos encontrar la manera de que nuestros alumnos entiendan el sentido y la aplicación de aquello que pretendemos que aprendan. Tarea realmente complicada, ya que nos obliga a encontrar tantas motivaciones como alumnos tengamos. Cada uno es totalmente diferente, con diferentes capacidades, gustos, destrezas y aspiraciones, por lo que no podremos asignar de antemano las mismas metas y objetivos para todos ellos. Cualquier logro en esta dirección, debemos considerarlo un éxito individual, por lo que también un éxito para el colectivo.

  "Y es que, en un mundo donde la información está en la palma de la mano, el concepto de cultura devaluado, la excelencia castigada, el futuro transformado en inmediatez, el valor es relativo, el mérito ignorado y el esfuerzo innecesario, fomentar el conocimiento y las capacidades empieza a resultar una auténtica quimera."

Pero, ¿cómo avanzar en este propósito, si mermamos a los profesores de su participación en lo que a la inteligencia emocional se refiere? ¿Cómo exigir en el aula aquello que no se comparte en el ámbito familiar? ¿Cómo encontrar una motivación positiva para su realización personal si lo que heredan es un futuro incierto e impregnado de mediocridad cultural?

Como padres, estamos convencidos de haberles dado todo lo que quieren, pero habría que preguntarse si también todo lo que necesitan. La sobreprotección a la que les hemos expuesto ha dado como resultado individuos desprotegidos y dependientes, para lo que la inmediatez es una exigencia y para los que el valor de las cosas es simplemente relativo.

Después de casi treinta años dedicados a la enseñanza, mi mayor problema actual en el aula es precisamente este. Encontrar esa motivación en mis alumnos que de alguna manera les anime a perseguir sus metas y objetivos. Y es que, en un mundo donde la información está en la palma de la mano, el concepto de cultura devaluado, la excelencia castigada, el futuro transformado en inmediatez, el valor es relativo, el mérito ignorado y el esfuerzo innecesario, fomentar el conocimiento y las capacidades empieza a resultar una auténtica quimera.

Personalmente creo que hay que educar desde la motivación, promoviendo y participando del desarrollo de sus propias aptitudes sin descuidar sus actitudes. Pero sin duda, desde la exigencia, la constancia y la responsabilidad como único camino al crecimiento y realización personal.

Pep Vila (músico)


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