La cultura está expuesta a un juicio vacío, carente de sensibilidad que la defienda ante aquellos que pretenden devaluar su naturaleza. Lo esencial vagabundea falto de pilares que sustenten su propia razón de ser, por lo que su ser degrada sin fondo en busca de un auxilio que permita perpetuar su esencia.
Con todo, llegamos al juicio, retorcido bajo mi punto de vista, de si es útil o no la cultura como instrumento educador, sensibilizador y sobretodo, liberador del alma. Si lo analizamos desde la perspectiva expuesta, podemos creer que hablamos de algo que roza el misticismo, pero nada más lejos de la realidad. Nos referimos a algo presente que ha evolucionado a lo largo de los siglos y que ha mostrado el camino a la propia evolución y formación del individuo como ser y del colectivo como sociedad civilizada, pensante y crítica.
Para la sociedad actual, inmersa en las tareas de lo económico y material, la cultura está despojada de ciertas acepciones que conforman su condición polisémica, por lo que no será tarea fácil destacar los valores que la suponen herramienta educativa y formativa esencial para la construcción del pensamiento crítico. Tal y como acertadamente afirma el músico y escritor Juan F. Ballesteros, “sin pensamiento, no hay crítica y sin crítica hay domesticación, sutil metáfora de la esclavitud”.
No es de extrañar pues, que los vagos esfuerzos de nuestros gobernantes en materia cultural se limiten al puro entretenimiento insustancial, degenerando así el sentido de la belleza como finalidad liberadora del alma y del espíritu crítico, aspectos fundamentales para la construcción de una sociedad cambiante y exquisita que aspira a su propia libertad.
Llegados a este punto, cabe suponer que la cultura referida al ámbito artístico conlleva ciertos peligros que necesariamente habrá que controlar; es decir, el arte como vehículo de propaganda política. Son numerosos los ejemplos a lo largo de la historia en los que apreciamos el valor que a la cultura y al arte se les ha otorgado por quienes precisamente advirtiendo estos peligros, han pretendido subyugar a los pueblos. El secuestro de lo cultural, también en términos artísticos, supone el encarcelamiento de las libertades, por lo que también el refinamiento y el control social. No hay más que ver cómo los nazis destruyeron cualquier símbolo o manifestación artística y cultural en los países invadidos, susceptibles de contribuir a la construcción de una identidad propia.
Quede claro pues que el estéril juicio sobre la utilidad de la cultura es simplemente un análisis desde la necedad insensible de quienes advierten sus valores como peligros, para con ello seguir urdiendo mezquinamente en la construcción de una sociedad menos libre, exenta de disonantes y de disidentes.
Pep Vila (músico)