Las notas disonantes; la percepción de la exigencia
Recientemente he leído un artículo titulado “Las notas disonantes de los conservatorios de música”, donde se pone de manifiesto la presión que algunos profesores o incluso los propios centros de enseñanzas profesionales ejercen sobre el alumnado, derivando esto como causa de abandono de los estudios por parte de los alumnos.
Algunos estudios pretenden dar luz a todo esto, y las conclusiones pueden como menos, resultar interesantes. La motivación intrínseca o automotivación, la competencia percibida y el estrés parecen ser los factores psicológicos que mayor impacto ejercen sobre los alumnos. Estas variables parecen incidir en mayor o menor medida sobre el alumnado, mostrando resultados muy diferentes si se analizan desde una perspectiva de género, edad, curso o nivel.
Es evidente que son muchos los factores que intervienen en los procesos de aprendizaje dentro del ámbito de las disciplinas artísticas, tanto psicológicos como personales. La autoconfianza o la creencia en la habilidad personal, la motivación, el apoyo de padres y profesores, la motivación, la competencia percibida y el estrés son indiscutiblemente factores determinantes que tendríamos que abordar insistentemente como profesores para con ello cuidar la salud psicológica y la calidad de vida del alumnado, y en consecuencia mejorar la adherencia a la actividad. Pero también creo necesario un alto nivel de exigencia, sobre todo cuando nos referimos a alumnos que cursan estudios profesionales.
Actualmente contamos con una gran oferta educativa en cuanto a estudios musicales se refiere. Academias y escuelas de música que desempeñan una importante labor pedagógica, y que abastecen cualquier demanda formativa sea cual fuere la aspiración futura de cada alumno. La adaptación curricular puede cubrir las diferentes realidades, flexibilizando y facilitando los estudios musicales para aquellos que aspiran otros objetivos. Cuando nos referimos a centros profesionales, no creo justificable esta adaptación, ya que su cometido es el de formar en conocimiento, habilidades y destrezas mucho más exigentes.
En el artículo al que me he referido inicialmente, podemos encontrar experiencias de alumnos que su prioridad nunca fue el estudio de la música como aspiración profesional, sino más bien una actividad complementaria dentro de su formación general. Personalmente pienso que no podemos pretender la adaptación de la exigencia en los centros profesionales dependiendo de nuestras aspiraciones y circunstancias personales.
El progreso en la ejecución de un instrumento musical, como en muchas otras materias, requiere constancia, dedicación y perseverancia. Alcanzar ciertos niveles de destreza exige años de práctica y estudio, además de una constante auto-evaluación. Habilidades como la motricidad, la coordinación y el criterio estético e interpretativo suponen un largo camino que conlleva, en muchas ocasiones, ansiedad, estrés, inseguridad y miedo escénico, fruto de una auto-exigencia en ocasiones desmesurada, circunstancias que a su vez, y en muchas ocasiones, acaban gobernando la vida del intérprete.
Tal y como dijo Dunsby en 1995, “la música es siempre un riesgo, para todos, todo el tiempo”. Y a pesar de todo, ¿por qué seguimos comprometidos incondicionalmente a este gran arte tan exigente y estricto? Digamos que es nuestra forma de percibir el mundo y a su vez, el instrumento que nos permite compartir nuestra propia realidad.
Pep Vila (músico)
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