Libertad de Expresión; la manipulación del concepto.
Es muy frecuente, por desgracia cada vez más, la capacidad de manipulación de conceptos que amparados por la defensa de ideas e ideales tienden a exhibirse desde determinados medios. El derecho de opinión del individuo y la libertad de expresión en cualquier ámbito, es muestra sin lugar a dudas, de una sociedad libre y democrática. Cualquier persona es apta para expresar su opinión, aunque debiéramos exigir, o como mínimo fomentar un cierto nivel de conocimiento al oyente para discernir entre lo constructivo y lo malicioso.
En este punto el debate sería mucho más extenso, ya que entraríamos a valorar si cualquier acción realizada en el propio acto de manifestación estaría justificada como fin. Personalmente no lo entiendo así. El derecho legítimo de unos jamás debería violar el derecho, también legítimo, de los otros, y de ser este el caso, cualquier defensa debería ser reprobada socialmente. El fin no siempre justifica los medios.
Pero con todo ello llegaríamos a un segundo debate. ¿Cómo denunciar o alejarnos de opiniones y actitudes éticamente reprobables, si asistimos a una contaminación informativa que no hace más que confundir y tergiversar los hechos con el propósito de persuadirnos hacia uno u otro lado de la balanza? De entrada, el derecho a la información ya viene sesgado desde los propios medios que mayoritariamente utilizamos para acceder a ella. Anuncios personalizados y preferencias que invitan a escuchar lo que por predisposición queremos escuchar, y a creer lo que por convicción preferimos creer. Según esto, considero que el primer paso para defender la libertad de expresión sería estimular y acrecentar el espíritu crítico. De lo contrario, la predisposición a un conocimiento selectivo mermará el juicio colectivo de la “verdad”.
Personalmente considero que el actual debate sobre la libertad de expresión no debería tener cabida en una sociedad formada en valores y criterios, ya que no debiera ser la ley la que enjuicie determinadas expresiones. Con una sociedad capaz de discernir determinados códigos éticos, el espacio y la repercusión de estos serían puramente anecdóticos, y quedarían de esta manera despojados de cualquier defensa social, no tanto por el contenido sino por las formas que lo expresan.
Cualquier opinión es objetable, pero lo más pernicioso es la intencionalidad de la opinión no demostrable. Es decir, considerar como válidas las opiniones expuestas bajo una intencionalidad subjetiva, bien por omisión de datos o hechos relevantes propios del argumento, o bien por inexactitudes, no hará más que alimentar el recelo de terceros sobre una distorsión de la realidad, y con ello el prejuicio colectivo de la “verdad”. He aquí el gran logro del adoctrinamiento colectivo. Con todo, es fácil asistir a la conversión de mediocres en artistas, o peor aún, delincuentes en símbolos.
En una sociedad donde el acceso a la información está al alcance de todos, no estaría de más reflexionar sobre las pautas y condiciones que esta debiera reunir para poder cumplir con su cometido. De lo contrario será evidente que este cometido, sesgado por la pluma, será manifestación plena de un adoctrinamiento pretencioso que acabará por aniquilar aquello que precisamente pretendemos proteger; la libertad de expresión y de pensamiento. Y todo con el beneplácito de los cada vez “menos libres”.
Pep Vila (músico)
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