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Música contemporánea; un arte especulativo. 
Recientemente asistí a un pequeño debate, espontáneo e improvisado, sobre lo que significa para el público actual lo que denominamos convencionalmente como “música contemporánea”. Como en otras ocasiones y debo reconocer que lo esperaba, la conversación devino en un tema mucho más amplio y complejo si cabe. ¿Qué podemos y no podemos considerar “arte”?, ¿Qué características debe reunir una obra para poder considerarla “artística”?

En primer lugar, creo que sería justo esclarecer a qué nos referimos con la denominación de música contemporánea. El término tiene diferentes aceptaciones, tanto referido únicamente a la música clásica, en la que no hay consenso al situar sus inicios, o la referida también a la música popular actual o de vanguardia, como la electrónica o la experimental entre otros tantos estilos. En este artículo únicamente me voy a referir a la primera, aunque seguramente no habría grandes diferencias si nos refiriéramos a todas.

Como punto de partida, consideremos música contemporánea a toda la música clásica producida a partir del término de la Segunda Guerra Mundial aproximadamente, incluyendo todas las formas de la música postonal hasta la actualidad. En primer lugar, debemos ser conscientes que intentamos abarcar un período cronológico amplio, con diferentes lenguajes, formas e intenciones. Esto ya puede significar determinante e incluso problemático en el debate sobre su capacidad transmisora y sus fundamentos estéticos, y más aún si pretendemos analizar la predisposición receptora y comunicativa para con el público. No es lo mismo escuchar a Anton Webern como a Pendereki , como tampoco a Messiaen, Ligeti o Xenakis.

Lo cierto es que los compositores a lo largo de la historia han sentido la necesidad de buscar nuevos lenguajes que en cierto modo les aleje de las formas del pasado. Esto no sólo ocurre con los compositores contemporáneos, sino también en aquellos que pertenecen a épocas más lejanas. La finalidad es obvia, y es precisamente la búsqueda de nuevos lenguajes sin que ello tenga que significar una intencionalidad de abandonar el pasado. Pero no es menos cierto que la sucesión de los distintos períodos suelen venir impulsados por oposición o reacción ante lo ya superado.

Alguno de los argumentos que suele sorprenderme es el encasillamiento de los nuevos lenguajes únicamente en círculos para público entendido en la materia, como si fuese necesario comprender para poder disfrutar. Por experiencia personal, reconozco haber sido un gran consumidor de música clásica, sobre todo aquella perteneciente a los siglos XVIII i XIX, pero de unos años a esta parte, seguramente por necesidad profesional y motivado por algunos de mis profesores, he empezado a escuchar propuestas más vanguardistas, aunque con ello me refiero también a las producidas hace ya más de medio siglo.

Confieso que como músico descubrí una fuente realmente interesante de donde beber. Nuevas técnicas, nuevos lenguajes y planteamientos que me alejaban de las alturas del sonido y los acordes tal y como los había entendido hasta el momento, al igual que formas musicales que desafiaban lo tradicionalmente correcto. Y cuál mi sorpresa al advertir que poco a poco había reaprendido a escuchar, o dicho de otro modo,  debía escuchar de otra manera. Mi predisposición a encontrar un discurso musical apoyado por unas funciones armónicas tradicionales no hacía más que frustrar aquello que pretendía, pero con el tiempo entendí que había otro tipo de discurso no menos válido. Simplemente, otra forma de comunicar.

Con todo esto intento concienciar de alguna forma sobre el hecho de que, si requerimos cierto compromiso del compositor para con su público, puede que también debiéramos esperar algo a cambio. Es decir, ¿porqué no esperar un público cuanto menos, predispuesto al cambio, a los nuevos lenguajes, sin reparos ni reticencias?. ¿Es el prejuicio un buen aliado ante la tarea de saber entender, o cuanto menos poder disfrutar del arte? Sinceramente creo que no.


 “Mi predisposición a encontrar un discurso musical apoyado por unas funciones armónicas tradicionales no hacía más que frustrar aquello que pretendía, pero con el tiempo entendí que había otro tipo de discurso no menos válido. Simplemente, otra forma de comunicar.".

Con todo ello no quiero decir que en ocasiones me haya sentido defraudado ante alguna propuesta artística. Personalmente, y puede que por deformación profesional, necesito apreciar algunos aspectos en la obra que me permitan valorar la capacidad comunicativa del compositor. La técnica y el conocimiento compositivo son esenciales para poder transmitir lo que estéticamente se pretende. Sin ello, simplemente puede resultar un largo discurso carente de contenido.  

Como en otros momentos históricos, será precisamente la historia la que discrimine o seleccione lo que realmente tiene valor artístico o no, desenmascarando lo superfluo o elevando lo que realmente tiene alma. Como se suele decir “para gustos, colores”. No despidamos al cocinero antes de degustar su comida.

Pep Vila (músico)

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